Pongámonos en el caso de que escribes un libro. Siempre tendrás gente a la que le guste y gente a la que no, habrá quien te criticará y quien te alabará; quien te comprará y quien te utilizará para calzar la mesa. Terminarás pasando de una estantería peor a una estantería mejor o del contenedor azul al camión que los recoge.
Otro caso: imagínate que conduces un latenight en una importante cadena de televisión –¿te imaginas la pasta que ganarías?–, pues antes de meterte en "ese mundillo" deberías saber que a la mañana siguiente, cuando compres el periódico, te encontrarás desde halagos hacía ese humor tan inteligente que sabes hacer como nadie antes lo había hecho, hasta carnívoras críticas que devorarán tu ego diciendo que das auténtica pena y que mejor te retires –me viene a la memoria lo que ocurrió en la lucha por la audiencia entre el bueno de Buenafuente y el acabado Pepe Navarro, pero eso es otra historia–. Tendrás seguidores que se identifiquen con tus comentarios, te creen un club de fans, serigrafíen tu nombre en camisetas y también tendrás los que te sigan simplemente para reírse de ti, para llevarte la contraria o para aderezarte antes de ser carne de zapping.
La cuestión es saber ser humilde. Es imprescindible dominar esa frase que tanto se oye de saber perder y saber ganar. Porque desde el momento en que decides hacer algo tuyo público, hay que saber diferenciar "lo que dices" de "lo que dicen" seas un concursante de Gran Hermano, seas el mejor columnista de ABC (sic), seas un bloggero del montón o seas el mismísimo Barack Obama.
Y si careces de esa cualidad que permite que los demás opinemos libremente de ti sin borrarnos, déjanos en paz.