domingo, 11 de mayo de 2008

En la carretera

De repente, la carretera se acaba en una ciudad en la que no te quieres entretener.
Hasta unos kilómetros atrás todo estaba correctamente señalizado para hacerte seguir comodamente el camino por el que ibas, pero ahora te encuentras perdido, dando vueltas por unas calles que desconoces. En busca de una rotonda que te descubra la señal que indica la dirección a seguir, pero nada. No la encuentras.

Así que continúas dando vueltas, parando en semaforos, girando por nuevas calles, entrando en callejones sin salida, dando marcha atrás, incluso recorriendo alguna que otra dirección prohíbida, a la vez que empiezas a agobiarte y a ponerte nervioso, desesperándote en un montón de dudas que no te explican cómo salir cuanto antes del laberinto en el que, sin querer, has entrado.

Es entonces cuando, a través de las ventanillas, comienzas a fijarte en los pequeños detalles que la ciudad esconde. Dejas de obsesionarte por buscar esa misteriosa salida y pasas a imaginar a los que allí viven, a observar las siluetas que ves en el interior de algunos bares que aún permanecen abiertos. Comienzas a reconocer algunas tiendas que también tienes en tu ciudad, marquesinas con la misma publicidad que te espera en tu barrio, clones de árboles, aceras, buzones... Pasas por alguna de las mismas calles que has recorrido hace tan solo un rato, observas los escaparates y los luminosos que aparecen a tu paso y te das cuenta de que esas ganas de salir de la desconocida ciudad empiezan a evaporarse entre tu curiosidad.

Paras el motor en una gasolinera. Te bajas del coche y según te acercas al mostrador empiezas a dudar entre preguntar cómo pillar la salida a la autopista o, simplemente, llenar el depósito y dejar que la aventura continúe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿a quién no se le a acabado alguna vez la carretera y se ha sentido tan despistado?

Anónimo dijo...

Ojo, que algunos que se perdieron se quedaron a vivir allí para siempre.